sábado, 4 de junio de 2016

La sociedad

La sociedad 

El primero y más importante sector social del Porfiriato fue el de los latifundistas (hacendados), pues el sector empresarial mexicano era escaso y débil. Para los hacendados, se promovieron diversas leyes que tendieron que eliminar el límite a la propiedad privada y a la obligación no sus propietarios de cultivar toda la tierra poseída, además no su política de colonización favorable para extranjeros, mediante la formación de compañías deslindadoras lo que a qué vez provocó la concentración de la propiedad de la tierra de unas cuántas familias. A la vuelta de los años, las grandes haciendas se vieron fortalecidas. Muchas de estar propiedades se incrementaron mediante el despojo a las comunidades indignas. Al respecto, Fredrich Katz ha calculado que aproximadamente 95% de las aldeas comunales perdieron pues tierras mediante el período.



Es importante mencionar el papel social, de facto, desempeñado por los grandes hacendados durante el Porfiriato, pues el estado delegó  en ellos una serie de atribuciones públicas, que los convirtió en el sector que detentaba el control social, político incluso militar en la población rural. Los abuso cometidos provocaron un profundo malestar entre los campesinos, particularmente en lo relativo al despojo de la propiedad comunal.




En términos generales, podemos señalar que había cuatro clases en trabajadores en las haciendas del período: los peones acasillados o gañanes, de residencia permanente; los trabajadores eventuales; los arrendatarios y los medieros o aparceros. Si bien las condiciones de vida y de trabajo de los campesinos variaban mucho de una región a otra, podemos señalar ciertas características generales que distinguieron la vida en el campo durante el Porfiriato. El pago a los trabajadores del campo se hacía, por lo general, en dinero y en especie, esto últimos mediante las llamadas tiendas de raya, propiedad del hacendado, el endeudamiento al que con frecuencia recurrían los campesinos, los obligaban a permanecer a las haciendas, teniendo así garantizado el hacendado la mano de obra para su finca. Además como la deudas contraídas con el patrón eran hereditarias, ello dio lugar a grandes abusos y arbitrariedades, lo que sembró un profundo malestar en amplias regiones del país, y su abolición fue unas de las demandas de la Revolución de 1910.




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